viernes, 8 de marzo de 2013

El venado de piedra

 En un sitio llamado La Palma, más allá de Chaparral y Mijagual, cerca de Agua Blanca, a Remigio Urbano le salió el venado de piedra o la Sierva de Piedra, porque él no pudo precisar el seo del animal, sólo sabe que una tarde como a las cuatro él se internó en la montaña  para ver si conseguía algún animal para llevar carne para la casa y en un paraje donde había un chorrito de agua vio un venado que estaba calmando su sed. Al instante Remigio preparó su escopeta y se dispuso a cazarlo, pero no se explica porque no disparó sino que  siguió detrás del venado que caminaba lento a corta distancia. Él lo fue llevando y lo fue llevando hasta que Remigio extenuado se paró al pie de un cañafistolo grande que había en el monte, allí se quedó dormido. Cuando despertó duró dos días perdidos y gracias a Dios consiguió el chorrito de agua donde había visto el venado y  por eso se orientó y pudo salir de nuevo a la carretera. Remigio  todavía no sabe por qué no le disparó al venado.
Serapio Argüelles, un campesino de Motañuela, caserío ubicado detrás de Tapa de Piedra, por la vía de Barquisimeto narró: Una noche me fui a cazar con un compadre mí llamado Nicolás Cedeño, de Acarigua, por los alrededores de la represa de Las  Majaguas y cuando ya estábamos internados en la montañita, nos salió un venado grande y cuadrado, bien jamao. Yo le dije a mi compadre, que es mejor tiro que yo: Zámpale, compa…que no se vaya. Mi compadre se asentó la escopeta en el hombro y al mismo tiempo que él se acomodó pa` echale plomo al bicho, éste se paró frente a nosotros y se quedó mirando con ojos muy extraños, parecían centellas. Los dos nos miramos con temor y el venado duró buen  rato parado sin que mi compadre pudiera dispararle. Luego se desapareció sin verlo correr, ni el rumbo que cogió. Ahí mismito, frente a nosotros. Inmediatamente, muy asustados, nos regresamos para la casa.
Los cazadores siempre han sido presa de espantos y aparecidos que, supuestamente, custodian las reservas naturales de la tierra. El señor Francisco Sivira nos narró una experiencia que le sucedió en sus años de adolescentes:
Nosotros, Silvestre, Oswaldo y Arístides Bracho, una hermana de ellos llamada Alejandra, Pedro Jiménez y yo, estando muchachos, nos gustaba mucho la cacería y siempre acostumbrábamos hacerle trampa a los animales.
Una vez, aquí en Caramacate, todo esto era posesión de mí papá. Los muchachos se vinieron a quedar un tiempo con nosotros, entonces nos pusimos de acuerdo y preparamos 18 trampas cada uno hizo tres, porque hasta la muchacha hizo las de ella. Se trataba De un hueco como de un metro de hondo, los cuales tapábamos con bejucos y hojas secas. Todos los días al levantarnos salíamos a  revisar las trampas y siempre caían picures, conejos, cachicamos, rabipelados y hasta lapas. Una mañana como a las once, estábamos revisando las trampas y todas estaban vacías. En la penúltima   conseguimos una mapanare enrollada y en la última un picure.
Oswaldo gritó: Aquí esta uno y una voz que venía por dentro de la  tierra como desde la primera trampa respondió con tono  espeluznante: Aquí esta otro. Todos salimos corriendo para la casa y hasta la fecha, ya tengo 64 años y no he vuelto a cazar con trampas.

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